Miles de veces hemos escuchado eso de que los ancianos vuelven a ser como niños. He de decir que yo no estoy muy de acuerdo con esta idea.

Las personas mayores tienen una larga experiencia vital y un bagaje que en nada se parece a la vida de un niño. Si nos queremos referir a determinadas actitudes y reacciones que serían propias de la infancia, muchas veces son propiciadas por las enfermedades que puedan padecer, por lo tanto no son caprichos ni rabietas infundadas, son desgraciadamente actos, gestos y situaciones que sin presencia de patología seguramente no se darían.

A veces sacamos conclusiones precipitadas cuando tratamos a los ancianos, y en ausencia de enfermedad, si que es cierto que determinadas personalidades se «potencian» con los años. El que ha tenido un fuerte carácter lo sigue teniendo (a veces multiplicado por dos), el que ha sido dulce y cariñoso sigue teniendo palabras de agradeciemiento para todos los que le rodean, el que ha tenido tendencia a la tristeza la mantiene a lo largo del tiempo, etc…..

Sí que podemos equiparar la situación de vulnerabilidad y a veces de indefensión que un anciano puede sentir y que podríamos comparar a la de un niño. En ocasiones necesitan cuidados constantes que les ayuden a mantener la higiene, ayudas para la deambulación tanto técnicas como personales, ayudas en el vestir , comer…en definitiva ayuda para las actividades de la vida diaria. Aun así, son ancianos no son niños. No comparto cuando el entorno les regaña como a bebés, cuando les peinan o maquillan como ellos jamás hubiesen querido, cuando les visten con ropa más adecuada para un veinteañero que para un octogenario,o cuando les llenan las habitacones de peluches como a los niños…..no lo son.

Con naturalidad, cariño y ciertamente a veces con alguna que otra dosis de paciencia tenemos la fórmula perfecta y exenta de histrionismo para relacionarnos con nuestros mayores.

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